— Economía y cultura

La crisis «opulenta»

El País, Galicia (5-1-2009)

El último cuatrimestre de 2008 ha sido desconcertante en cuanto a la orientación de las políticas fiscales, que se movieron desde una conspicua acción de gabinete a la respuesta urgente a una catástrofe; es decir, de la gestión ordinaria al socorrismo.

Tal cambio es congruente con la evolución de la crisis, que, más que como un proceso social, se ha comportado como un cataclismo natural: por el mes de marzo era una borrasca un tanto amplificada, transformada allá por julio en una tormenta tropical que a lo largo del verano evolucionó a huracán y acabó sembrando de devastadores tornados el final del año.

Así, no es de extrañar que lo que a la altura del mes de septiembre era una estrategia fiscal de contención del gasto para absorber los incrementos automáticos y las reducciones de ingresos derivados de la crisis, haya evolucionado hacia la provisión de diversos fondos, a financiar con deuda, destinados a incrementar la actividad.

Uno de esos fondos, ¡de 8.000 millones de Euros!, financia obras municipales, y eso sí que es llamativo dado el poco predicamento que tiene entre nosotros el principio de subsidiariedad.

En efecto: los municipios juegan en el club de las administraciones públicas españolas el papel de señor rural o de pequeño burgués venido a menos y poco de fiar, porque, como los miembros de las castas inferiores hindúes, sufren de la creencia común de que su indigencia se debe a deméritos propios, a su mal karma. A los ayuntamientos, en conjunto, se les reprocha el urbanismo disparatado, la corrupción, el estilo cutre y hortera de Julián Muñoz, la frivolidad y la venalidad de obras infinitas, a veces faraónicas, otras liliputienses, pero muchas veces precipitadas y discutibles.

Por eso, los ayuntamientos, a la altura de octubre, se enfrentaban solos a un lamentable escenario para sus cuentas de 2009: gastos crecientes y menores ingresos, tanto por participación en los del Estado como por la ralentización de la actividad urbanística.

Y en estas aparece el nuevo fondo estatal: unos 500 millones de Euros para los ayuntamientos gallegos, a gastar en un año en relación proporcional a los habitantes empadronados. Esa cantidad es algo superior a lo que van a costar los 12 años de construcción de la Ciudad de la Cultura, y algo inferior a lo necesario para concluir el puerto exterior de A Coruña.

Las obras tienen que empezar a principios del segundo trimestre de 2009 y concluirse en el primer trimestre de 2010. Para que los trámites sean ágiles, cada actuación no puede superar los 5 millones de Euros, límite hasta el cual la normativa europea no exige formalidades de publicidad incompatibles con la urgencia del caso.

Pues bien, este fondo puede enjuiciarse desde dos perspectivas: la de su eficacia como paliativo de los efectos de la crisis sobre la actividad y el empleo del sector de la construcción,  y la de su racionalidad para la atención a las necesidades de infraestructura de nuestros pueblos y ciudades.

Si en lo primero caben pocas dudas sobre su impacto, en lo segundo el efecto será más discutible.

Las actuaciones serán variadísimas, y mientras los municipios que trabajan con seriedad encontrarán la forma de aplicar esos recursos a atender los problemas más acuciantes de nuestras ciudades, como la adaptación a las nuevas exigencias ambientales de las infraestructuras (ciclo del agua, servicios tecnológicos y energía), o la movilidad peatonal y el transporte público metropolitano, otros muchos, sin capacidad ni interés, gastarán “su” dinero en reurbanizaciones de dudoso gusto o en equipamientos ociosos, ejerciendo de opulentos a cuenta de la crisis.

Para evitar que las anécdotas pintorescas y extravagantes, que seguro se darán, consoliden la mala prensa de los ayuntamientos, éstos deberían recordar que la mejor inversión es un buen proyecto. Sólo así podrán sostener más adelante que en casi todas las áreas de la acción pública un buen proyecto requiere de una visión local: ese plano en el que todas las cosas se relacionan, se integran y se potencian.

Porque, crisis aparte, Galicia necesita de más y mejor administración local, y ahí aún queda mucho por hacer.