La grandeza del Pórtico de la Gloria

Foto Denís Estévez: Parte izquierda del dintel del Pórtico de la Gloria

Visito con frecuencia el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela, y siempre me rindo a su grandeza.

En la obra del Maestro Mateo para completar la catedral en su fachada occidental, lo arquitectónico y lo escultórico están al servicio de un discurso conceptual, de contenido apocalíptico y salvífico: en la cripta se representa el mundo terrenal, oscuro y tenebroso, que, para iluminarse, necesita de los astros presentes en las claves de las bóvedas; por su parte, el prodigioso conjunto escultórico de la nave –que hoy denominamos Pórtico de la Gloria– se centra en la historia de la salvación del hombre por Jesucristo; finalmente, la tribuna representa la nueva Jerusalén, cuya deslumbrante luz, aniquiladora de la angustia de las tinieblas, es el Cordero de Dios, presente en la clave de ese espacio.

Pues bien, la grandeza primera de la obra estuvo en conseguir que el espectador medieval viviera ese discurso como una realidad, como una visión verdadera. Un texto latino, compuesto en 1206 en Inglaterra, conocido como la Visión de Turkill, nos informa del impacto que el conjunto compostelano, recién concluido, podía ejercer sobre un devoto visitante. En él se relata la historia de un campesino inglés, que, ya muerto, peregrinó con su alma a Santiago y que después se despertó y volvió a la vida para poder contar lo sucedido: «… a la entrada lo recibió un Santiago adornado con ínfulas, que lo reconoció como su peregrino, y le invitó a contemplar la pesa de las almas, su sufrimiento en el Purgatorio, los distintos tormentos de los pecadores en el anfiteatro del terror así como las cándidas almas de los bienaventurados que esperaban ser introducidas por San Miguel en la puerta occidental del templo, siempre abierta. Tras la espera, las almas coronadas ascendían y sus rostros y coronas brillaban como el oro».

Esta primera ekphrasis del Pórtico de la Gloria solo 18 años después de su conclusión es reveladora de su efecto en los espíritus de los peregrinos: hacer que se vieran ante una verdadera puerta del cielo.

Hoy, el espíritu de los tiempos que está asentado en nuestras conciencias ha debilitado tal visión, por lo que la apreciación de la obra se ha desplazado a su plano estético, del que nace una grandeza diferente.

El arte es una actividad humana que produce belleza a través de formas, colores, palabras y sonidos. A lo largo de la historia de la humanidad se ha producido un inmenso número de obras de arte, todas ellas dotadas de un valor estético que las hace merecer tal consideración.

Sin embargo, son muchas menos las ocasiones en que una obra de arte trasciende el mero ámbito de la belleza formal para, a su través, acceder a otro de sentimientos, perspectivas o ideas nunca antes manifestados. El mérito de esas realizaciones no está en mostrar hallazgos teóricos, intelectuales o meramente formales, sino en la encarnación a través de una expresión perfecta de vetas de sentido inéditas. Cuando eso se consigue, la obra en cuestión cobra una dimensión universal.

En base a esa consideración, me he planteado muchas veces cuál es la revelación de la obra de Mateo que le otorga tanta grandeza a ojos de un ser humano contemporáneo.

El Pórtico incorpora avances formales sorprendentes en una obra del siglo XII: una individuación de figuras, una humanidad que se expresa en gestos, miradas, rostros, ademanes que, evocando el modo de obrar de los maestros grecorromanos, a veces hacen ver el modelo vivo que debió de servir para esculpir la escultura. Ese desarrollo formal se corresponde con una idea humanista, casi renacentista, del hombre dotado de autonomía, personalidad y dominio sobre su destino. Pero, al mismo tiempo, las figuras individuales permanecen insertas en un orden estamental, completo y perfecto, en el que se funden lo individual con lo comunitario, lo terrenal con lo celestial, lo material con lo espiritual alrededor de la esperanza en la redención, lo que traslada a quien las contempla un seductor sentimiento de consuelo.

A mi juicio, esa fusión es lo que caracteriza al Pórtico de Mateo como una obra maestra del arte universal: con formas excelsas ha conseguido expresar un profundo anhelo humano, presente en todo tiempo y cultura, como es superar el miedo y el sufrimiento propios de nuestra condición con la ayuda de una comunidad solidaria.

Nunca el arte compostelano, que ha dado al mundo tantas obras bellas y relevantes, ha repetido tal excelencia.